Hoy celebramos a Santa María Auxiliadora, la Madre que nos protege en las dificultades

Cada 24 de mayo la Iglesia celebra a la Madre de Dios bajo la advocación de “Santa María, Auxilio de los cristianos” (Maria Auxilium Christianorum), conocida popularmente como Santa María Auxiliadora.

Los cristianos de los primeros siglos invocaban a la Virgen con el nombre de “Auxiliadora”.

Los dos títulos más frecuentes que podían leerse en las antiguas iglesias o monumentos de Oriente eran: “Madre de Dios” (Theotokos) y “Auxiliadora” (Boeteia). Grandes santos como San Juan Crisóstomo, San Sabas y San Sofronio hicieron uso de ambos títulos para referirse a la Madre de Dios.

Crisóstomo, Patriarca de Constantinopla y Padre de la Iglesia de Oriente, define así a la Virgen María (siglo IV): “Auxilio potentísimo, fuerte y eficaz de los que siguen a Cristo”; por su parte, San Juan Damasceno fue el primero en difundir una jaculatoria dedicada a Ella (siglo VIII): “María Auxiliadora, ruega por nosotros”.

En el siglo XVI, el Papa San Pío V, gran devoto de la Virgen, después de la victoria cristiana sobre los ejércitos musulmanes en la batalla de Lepanto, ordenó que se incluya en el corpus de las letanías marianas la invocación a “María Auxilio de los cristianos”.

En tiempos de Napoleón, el Papa Pío VII fue apresado por órdenes del emperador francés. El Pontífice pidió el auxilio de María para superar la terrible situación que se había suscitado -una Iglesia secuestrada por el poder imperial-, prometiéndose que, una vez recuperada su libertad, decretaría una nueva fiesta mariana para la Iglesia. Una vez producida la caída de Napoleón, el Santo Padre retorna triunfante a la sede pontificia el 24 de mayo de 1814 y decreta que esa fecha sea destinada para celebrar cada año la fiesta de María Auxiliadora.

Un año después de estos acontecimientos nacía San Juan Bosco, a quien la Virgen se le apareció en sueños para pedirle que construyera un templo en su honor, con el título de “Auxiliadora”.

Es así que el santo italiano iniciaría la construcción de dos “monumentos”: uno físico, que es la Basílica de María Auxiliadora en Turín; y uno “vivo”, conformado por las religiosas Hijas de María Auxiliadora.

Don Bosco solía enseñar a los jóvenes incontables historias en las que él y muchos otros fieles devotos de la Auxiliadora habían obtenido grandes favores del Cielo. Los medios por excelencia para obtener esas gracias -decía el santo- son el rezo de la novena a María Auxiliadora y la repetición constante de la jaculatoria de San Juan Damasceno.

“Confiad siempre en Jesús Sacramentado y María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”, afirmaba, sin reparos, el fundador de los salesianos.

 

Fuente Aciprensa

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